junio 28, 2010

bestias

El tigre tensó su cuerpo, incluso a la distancia se notaba el poderío, la fortaleza y la naturaleza asesina en la perfecta definición de cada músculo, en la mirada de fuego pendiente de lo que creía su presa.

A unos cuantos metros una piltrafa de hombre envuelto solo en jirones de tela yacía, casi conciente pero sin reconocer en lo absoluto como o porque estaba ahí.
Las nubes en el cielo no dejaban ver una estrella más que de vez en vez y el aire parecía extinguirse como si una fatalidad se aproximara con la misma seguridad de que la lluvia cae sobre el piso por efecto de las leyes gravitacionales.

El felino se aproximo con extremo garbo al adormecido sujeto, listo para alimentarse, sin provocar sonido alguno en la húmeda tierra cubierta de naturaleza muerta -como todo felino al borde del ataque-.

El viento soplo con intensidad alejando las nubes del cielo y sonidos de dolorosa alerta cruzaron esos lugares rompiendo el silencio, una bestia se alimentaba; ésta hacia pedazos su victima sin dejarle espacio a suplicar siquiera la misericordia de una rápida muerte, pero los anhelos del destino no eran ver al mendigo morir. Este ya no era humano, su cuerpo había mutado de presa a predador: era una noche de luna llena.

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